Tal vez al lector le pase lo mismo. Que cuando un tema le toca de cerca, encuentra referencias en cualquier lado. Pasa con las parejas que esperan un hijo, que solo ven mujeres embarazadas o con los que acaban de terminar una relación, que solo ven parejas felices. También pasa cuando adoptas un gato, que conoces a gente como tú permanentemente y en la televisión reparas de repente en la cantidad de anuncios de comida felina que emiten.
Te puede suceder además en otro tipo de situaciones. Más extrañas e inexplicables. A mí, por ejemplo, me pasó hace una semana. Volví a casa a Oviedo a ver a mi madre. Salí a dar un paseo y me acerqué a la librería Cervantes, que es la típica librería de cuatro plantas que si estuviera en Buenos Aires o en Nueva York sería un lugar de culto, pero como lleva ahí toda la vida, está en una capital de provincias y somos todos precisamente muy provincianos, no la valoramos en su justa medida.
El caso es que me acerqué a la mesa de novedades y ahí estaban, preparados para captar la atención de mi recién estrenado sentido gatuno. Una serie de libros sobre gatos, a da cual más apetecible. Elegantemente editados, con sugerentes títulos. Que me vi obligado a llevármelos todos, vaya.
«Todo el mundo lo sabe: el gato es un animal libre, el gato escoge a su amo antes de que el amo llegue a elegir al gato». Así arranca la francesa Stéphanie Hochet Elogio del gato(Periférica). Un libro hipnótico que radiografía de una forma casi perfecta a los felinos, su historia y sus relaciones con los humanos. Un trayecto literario -de Rabelais a Orwell, pasando por Poe o Rilke- que sacará más de una sonrisa a todos aquellos que tienen un gato y que les confirmará que, efectivamente, los gatos siempre se quedan en el lado incorrecto de la puerta, de ahí que siempre las quieran abiertas.
Cuando Doris Lessing fue galardonada con el Nobel de literatura, una de sus mayores preocupaciones eran las continuas llamadas y visitas de periodistas, que enfadaban a su gata. Hasta llegar a esa cima del reconocimiento de su talento, Lessing fue dueña de varios gatos. De hecho en su infancia en África tuvo centenares de ellos, pero la experiencia terminó de una forma tan dramática que, durante cerca de 25 años, fue incapaz de volver a tener uno. En Gatos ilustres (Lumen), el relato de la escritora va acompañando de unas magníficas ilustraciones de Joana Santamans. Un libro para coleccionar, en el que se identifican varios de los estados de ánimo que provocan los gatos -sean o no de uno- y en el que los regratos (permítaseme la licencia de jugar con retratos y gatos) de Santamans recogen expresiones universales de los mininos.
Pero los gatos no son tan listos como parecen. También sufren por amor. O al menos lo hacían hasta el siglo XIX. Así lo dejó escrito Honoré de Balzac en Penas de amor de una gata inglesa (Libros de la Resistencia), que cuenta con las ilustraciones originales de J. J. Grandville. Beauty, una gata inglesa nacida cerca la pequeña ciudad de Miaulbury, en la casa del ministro de Catshire. Ahí es nada. Pero, ay amigos, Beauty se enamora de Brisquet, un gato francés que asegura ser descendiente del Gato con Botas. Toma ya.
«He estudiado mucho a los filósofos y a los gatos. La sabiduría de los gatos es infinitamente superior», asegura Hippolyte Taine en Vida y opiniones filosóficas de un gato (Libros de la resistencia), que incorpora las ilustraciones de Gustave Doré. Ciero es que los gatos parecen filosofar maldades mientras nos miran (y también cuando no lo hacen). Aquí, el protagonista diserta sobre el mundo, la vida, el amor y, cómo no, los perros.
«Bienaventurados los que acechan la noche como un gato, porque verán la luz antes que nadie -siete veces al menos- sin malgastar la suerte de estar vivos». En Memorias de un gato de buena familia (Newcastle Ediciones), Katy Parra se convierte en un gato más. Una mirada diferente sobre la relación de los humanos con los anima les, y sobre lo que unos aportan a otros. Y viceversa.
Prometo no acercarme a la mesa de novedades por un tiempo.
Fuente: El País